Roles de género y su relación con las conductas suicidas.

Carlota TF
11 min readJan 27, 2021

--

El primer instinto que tenemos cuando conocemos a una persona siempre es etiquetarla. La primera etiqueta que siempre ponemos a alguien es: hombre o mujer. Es un mecanismo que hemos vuelto automático e inconsciente todas las personas de la sociedad. Es algo que incluso hacemos antes de conocer a las personas. Cuando una mujer está embaraza, la pregunta más pregunte es: ¿qué va a ser, niño o niña? No hemos ni nacido aún y la sociedad ya quiere saber qué vamos a ser. Muchas veces, esto es para saber qué le vamos a comprar al bebé una vez que nazca: el body azul y la pelota para el niño, o el body rosa y la muñeca para la niña. Una vez que ha nacido la persona seguimos con las mismas preguntas, esta vez para saber si le decimos: qué fuerte es el niño o qué hermosa princesa si es niña. Este comportamiento es algo que seguimos a lo largo de nuestra vida, porque es un comportamiento que replicamos con todas las personas que conocemos. Sin embargo, somos más de siete mil millones de personas en la tierra y equivalemos a mucho más que dos simples casillas de hombre y mujer.

El problema es que, cuando nacemos, se nos asigna un género en base a nuestro sexo, siendo estas dos palabras usadas generalmente de manera indistinta e intercambiable, pero, en realidad, son muy diferentes. Como bien sabréis, tenemos el sexo que equivale a las características biológicas y a la anatomía de nuestro sistema reproductor: los genitales, los cromosomas, etc. Por otro lado, tenemos el género, que equivale a las características sociales, culturales, psicológicas y de comportamiento de una persona. Es decir, es algo que vamos creando en base a nuestras vivencias y eso, a su vez, crea una identidad propia a cada persona. La identidad de género, por tanto, haría referencia a cómo nos autopercibimos como personas.

Así pues, si retomamos la frase anterior de que se nos asigna un género al nacer en base a nuestro sexo, eso quiere decir que la sociedad nos dicta que si nacemos con un pene, nuestro género necesariamente ha de ser el masculino acompañado de todos los roles que eso conlleva. Por otro lado, nos dicta que si nacemos con vagina, nuestro género necesariamente ha de ser el el femenino, acompañado de todos los roles que eso conlleva. Sin embargo, la realidad es otra y el asunto no es tan dicotómico, pues nuestro género y nuestra expresión del mismo no necesariamente han de ir alineadas con las expectativas que conllevan nuestro sexo.

Cuando nacemos y el médico dice: “¡Es niña!” “¡Es niño!”, esa declaración determina de manera instantánea qué tipo de personas se supone que hemos de ser, es decir, qué roles van asociados al hecho de haber nacido con un determinado sexo. Nuestros entornos de aprendizaje nos enseñan precisamente eso. Los hombres tienen que tener pene, barba, tienen que ser agresivos, empoderados, competitivos y pobre de ellos que se pongan a jugar con una muñeca. Y, por otro lado, nos enseñan que una mujer nace con vagina, pecho, tiene que ser delicada y sumisa y pobre de ella que se suba a un árbol y se ensucie.

Mientras vamos creciendo nos vamos dando cuenta de esos roles y estereotipos, aunque no siempre, provocando que aquellos que no actúan acorde a lo establecido sufran el rechazo social y una presión muy fuerte por parte de los demás. Si no tuviéramos la necesidad de poner esa etiqueta de género a todas las personas, abriríamos un espacio que fomentaría un trato igualitario entre todas, pues no podemos negar que las personas se comportan de manera diferente según el género de la persona con la que se encuentran y no podemos negar que la misma persona se comporta de una manera u otra de cara a la sociedad en función de cómo se conciba. Al final, nuestros conceptos de hombre y mujer nos limitan en nuestro día a día porque nos obligan a encajar en un binarismo de género en el cual no todas las personas necesariamente encajan, ya sea por no querer ceñirse al mismo ni identificarse con él, o simplemente por no poder ceñirse a unos requerimientos que te hacen sentir que has de ser “perfecto” para que la sociedad considere que lo estás haciendo bien. El punto es que la sociedad se basa en nuestra apariencia para determinar nuestro género, sin eso tomar en consideración nuestras vivencias y nuestros propios intereses. Nuestros cuerpos y nuestra forma de ser no necesariamente han de encajar con los roles y los estereotipos de género. Deberíamos ser libres de adecuar nuestros cuerpos y nuestra forma de ser según nos haga sentir mejor y lograr vivir desde una autenticidad óptima. ¿Es pues esta división algo que trae beneficios a nuestra sociedad, dividirnos en base a esta división tan simplista y binaria, la cual busca además un absurdo “perfeccionismo” selectivo?

A lo que quiero ir con este post, y tras esta pequeña introducción que podría tener muchos más matices y muchos más comentarios respecto a la misma, es, siguiendo con las anteriores publicaciones acerca del suicidio, preguntarnos si estos roles de género influyen a la hora de hablar de las conductas suicidas. Cuando observamos las estadísticas acerca de las tasas de suicidio, algo que comparten casi todos los países más allá de la cantidad de los mismos, es que los hombres se suicidan más que las mujeres. Así que la pregunta a realizar sería, en este caso, ¿es el rol masculino asociado al hombre dañino para el mismo?

Como venimos hablando, existen muchas maneras en las que se supone que hemos de comportarnos, prototípicamente hablando y según aquello que la sociedad “espera” de cada uno de nosotros en función de quién seamos. Nos encontramos con un modelo masculino que impera a los hombres a comportase con valentía, coraje, sin miedo; a que sean fuertes, competitivos, racionales; a que no muestren sus emociones y tengan un gran control de las mismas; que sean varoniles y por supuesto no muestren vulnerabilidad; prototípicamente que han de ser el cabeza de familia, conseguir mantener a todos los miembros, lo cual lleva consigo especialmente un buen ingreso económico; que han de cuidar de todos sus miembros y que han de protegerlos, especialmente a las mujeres; tienen asociado a sí el tener poder, el asumir el riesgo, hacer uso de la violencia incluso y de la agresividad… y acabaré aquí esta lista por ahorrarnos tiempo a todos.

Tras asumir a lo largo de toda tu vida aquello que la sociedad te dice que has de ser, aquello que has de ser para que los demás te tomen como normativo, para que los demás te respeten, para que la sociedad te considere “honorable”, para sentir que vas acorde a lo que se supone que has construido como las normas de tu propia identidad; en definitiva, para que la sociedad no considere que no eres quien debería ser (pura mierda todo esto). Tras asumir todo lo anterior e incluso establecerlo como sus valores, creencias y costumbres, cuando la persona se da cuenta de que hay cosas que no cumple es lógico pensar que esto vaya a tener consecuencias sobre el bienestar psicológico de la misma.

Sin embargo, a pesar de que los hombres (hombre normativo, haremos la puntualización después) puedan tener la “ventaja” de poseer una autoestima más alta al formar parte del grupo con más estatus, ¿qué pasa cuándo los hombres sufren? Que la sociedad no les deja, porque se supone que han de ser fuertes, y no llorar, y no mostrar sus sentimientos, y ser de piedra. Y, en ocasiones, ocultar esta vulnerabilidad no permitida para los mismos se convierte en ira, en agresividad, en intentos de inhibirse, en consumo de drogas y sustancias… teniendo un coste realmente grande para algunos. Para los hombres, cualquier muestra de ternura hacia otra persona, sobre todo si pertenece al mismo género, es considerada como una debilidad. Muchas veces hemos podido comprobar como si un hombre lanza un cumplido a otro hombre, la respuesta del otro ha sido “eh, no, yo no voy por ahí”, como si esa acción para alagar a otra persona implicase directamente una muestra de querer algún tipo de contacto sexual con el otro, algo que podría estar más relacionado con el género femenino. (Apunte: ojalá se normalizase alagar a las personas sin pensar que hay connotaciones sexuales detrás)

Vemos además una sociedad que, cuando los hombres han intentado pedir ayuda, no han sido tomados en serio porque eso ha resultado ir en contra de lo que se supone que es ser hombre. Siendo este acto de pedir ayuda algo que resulta más difícil para un hombre que para una mujer. Vemos una sociedad que, cuando un hombre se siente triste, lo interpreta como un signo de debilidad (“Lo hombres no lloran”, dicen), llegando a que éstos internalicen todo lo que sienten, silenciando sus sentimientos, sus emociones y sus debilidades porque resultan ir contrarias a lo que dicta su rol de género, pues ‘ellos son demasiados fuertes como para poder sufrir’, provocando vergüenza al ser “una cuestión de mujeres”.

Vemos también hombres que, por no cumplir con el ideal de que han de ser poderosos, exitosos, con gran estatus, que han de poder mantener a su familia, muchas veces económicamente lo que esto deriva también en poder protegerles (algunas ideas cada vez más desterradas); encontramos a hombres que consideran que su valía se ve mermada por no poder cumplir con estas condiciones. Una masculinidad que se encuentra constantemente basada en la demostración de su valía.

Además, dentro de esta masculinidad vemos que no todos los hombres son iguales y que aquellos que no son normativos (en cuanto a expresión de la masculinidad, en cuanto a orientación sexual… por ejemplo) se ven avasallados por los demás, convirtiendo ser hombre en una especie de estatus en el que, no sólo la sociedad le ha enseñado que se encuentran por encima de la mujer, sino también por encima de otros hombres que no cumplen con las “normas sociales” asociadas a cada género y peor, que eso, es razón suficiente para abusarlo y llenarlo de mierda. Así pues vemos como el colectivo LGBTIQ, y esto más allá del género, se ve en muchas ocasiones más afectado por los juicios y los estereotipos del resto, donde se hace evidente un aumento del malestar psicológico en consecuencia y, por ende, un mayor riesgo de suicidio por parte de estas personas que la sociedad no considera normativas a sus ojos.

Igualmente, podemos ver con todo esto que los hombres, cuando hablamos de conductas autolesivas y de suicidio, utilizan métodos más mortales a la hora de decidir acabar con su vida, pudiendo tal vez estar asociado con la violencia intrínseca que han asumido y con la falta de una red de apoyo que en muchas ocasiones conlleva el no poder mostrar sus sentimientos. Siendo, además, más común entre ellos usar métodos como el ahorcamiento, las armas de fuego o saltos al vacío, lo cual, evidentemente, hace mucho más difícil salir ileso de tal acción. Todo esto podría sustentar desde una cuestión de género que haya más número de hombres que de mujeres en relación al suicidio.

Por otro lado, si hablamos de las mujeres, contrariamente encontramos que aunque el suicidio consumado es menor en éstas, las tentativas e intentos de suicidio por parte de las mismas aumenta en comparación con los hombres. Puntualizando, además, que las cifras no son del todo representativas puesto que muchos de los intentos no llegan a manos del sistema de salud. Y puntualizando que, no conseguirlo, no debiera implicar no quererlo, pues en muchas ocasiones, tal vez por estos mismos estereotipos de género, se ha dicho que, cuando hablamos de mujeres y suicidio, sólo quieren llamar la atención.

La razón que podemos encontrar para que esta cifra sea de esta forma es que las mujeres utilizan métodos menos lesivos y violentos en comparación a los hombres, quizá por la menor tendencia impulsiva y violenta, siendo más frecuente en ellas utilizar métodos de intoxicación o ingesta de determinadas sustancias donde, captadas a tiempo, no supone una consecuencia mortal aunque no libra de poder ser acompañadas por secuelas físicas durante toda la vida. Igualmente se establece que las mujeres estarían más relacionadas con el padecimiento psicopatológico, sobre todo en relación al estado del ánimo, aunque tal vez esta causa podría estar relacionado a la falta de expresión por parte de los hombres a expresar lo que sienten y a pedir ayuda, puesto que en cuanto a trastornos referidos al consumo de sustancias son los hombres los que difieren a la alta de las mujeres.

Si hablamos de los roles de género referidos a lo femenino y asociado comúnmente a la figura de la mujer, lo femenino está asociado a lo maternal, a lo doméstico, a lo servicial, durante mucho tiempo, e incluso ahora, a lo privado; basada en la emocionalidad, en la fragilidad, la pasividad y la sumisión; un rol asociado a la reproducción, al cumplimiento de los estándares de belleza, a ser recatadas y a guardar silencio; asociado a la sensibilidad, a la delicadeza, a dejarse proteger… entre otras cosas.

De esta manera, esta posible indefensión aprendida por parte de la mujer, el haber estado durante mucho tiempo basando su vida en la preocupación a los demás y a complacer a otros basada en los roles de género puede llevar a la mujer a perder el sentido del control sobre sí misma y sobre su propia vida. Sin embargo, resulta más fácil desde esta visión que las mujeres busquen ayuda en comparación con los hombres por resultar más fácil y más acorde a su propio rol el hecho de buscar ayuda y contar cómo se sienten, sin embargo, por circunstancias o incluso por elección propia esto no siempre es así, ni tampoco te exime de sentir dolor, pero ayuda.

Igualmente las mujeres también están sometidas constantemente a una presión social sobre cómo han de ser, tanto en el ámbito privado como en el social, muy encaminada también a su figura estética y visual, debiendo mostrarse atractiva y deseable para los demás, siendo esto causa de constantes luchas internas que desembocan en una aceptación consigo misma que parece no llegar nunca ni parece ser suficiente en un mundo cada vez más superficial. De la misma manera, las mujeres se ven inmersas en muchas situaciones de su vida a experiencias de abuso, a cosificaciones de su cuerpo, a violencias en el entorno de la pareja y una gran cantidad de situaciones traumáticas que en muchas ocasiones no se nombran y que llegan a suponer un gran sufrimiento psicológico, que en grandes ocasiones es considerado como un gran factor de riesgo.

Como vemos, analizar estas cuestiones no resulta simple en ningún momento, siendo todo lo expuesto ideal para hacernos, como siempre, reflexionar. Es de agrado saber que algunos de éstos roles de género van cambiando con el tiempo, sobre todo en lo referido a la mujer, lo cual me hace agradecer eternamente a aquellas personas que poseen el valor para salirse de lo establecido, pues gracias a ellas el camino se allana y se hace más fácil para las demás. Sin embargo, entre todos estos cambios también se deja ver que siguen muy arraigados entre todos nosotros y siguen acompañándonos los estereotipos que nos dictan cómo cada persona ha de llevar su vida y ha de comportarse, y que en muchas ocasiones acaba generando dolor y malestar en las personas. Estas perfecciones ilusorias sobre cómo hemos de ser hacen más mal que bien y no dejan de poner barreras entre las personas, tanto por un constante juicio de lo que hacen los demás, como por consideraciones que hacen percibir que unos y otros somos distintos, y que nos hemos de tratar como tal.

De esta manera, es agradable ver como cada vez más personas se sienten capaz de expresarse libremente y de mostrar quienes son y no quienes se suponen que han de ser. Aunque seguirá siendo doloroso ver que desde que nacemos, sin ni siquiera quererlo nosotros mismos ni ser conscientes de la vida misma, nos hacemos partícipes de estas dicotomías donde la sociedad nos obliga, realmente, a empezar la vida conforme absurdas reglas, ya sea referidas a los roles de género o a tantas otras cosas. Normas que, o te las planteas y las reflexionas, o vivirás condenado a vivir entorno a ellas, en muchas ocasiones, sin ser consciente del daño que (te) producen.

Como siempre, estas son visiones que no pretenden resultar deterministas respecto al tema, sino hacer pensar acerca del mismo.

Referencias.

Rosado, M.J., García-García, F., Alfeo, J.C., y Rodríguez-Rosado, J. (2014). El suicidio masculino: una cuestión de género. Prisma Social, 13, 433–492.

Zorreguieta, I .(2010). Las diferencias de género y su relación con el suicidio y las conductas vinculadas. En Las tesinas de Belgrano, Universidad de Belgrano, Buenos Aires.

--

--